Repasando mis entradas de blog me ha dado cuenta de que hace tiempo que no publico ninguna sobre esos personajes especiales de la sociedad como hice en "las víboras" o "los calzonazos".
Así que hoy recupero un escrito que tenía guardado en un cajón (es una metáfora porque estaba en mi Mac, en "documentos: escritos: relatos cortos")
La chica de la cola de las palomitas.
Supongo que es mi actual estado melancólico el que hace que me me haya puesto a pensar en este prototipo de chica, que representa el atisbo fugaz de lo que
pudo haber sido y no fue, la genuina representante de la oportunidad
perdida, de la que nadie me puede hacer culpable porque simplemente en ese
momento no podía ser.
Esta chica existe. Existe como prototipo y existe (o existió) en una magnífica
versión “carne y hueso”. La
"conocí" hace unos 6 años.
Echando la vista atrás sé que no es única, que hay más como ella, seguro, pero a ella la recuerdo por ser perfecta representante de este grupo de chicas.
La chica de las
palomitas estaba en el cine Verdi, pegada a mi espalda, en la cola (de las
palomitas, claro).
Mi hermano estaba con mi novia (sí, tenía novia) bien
sentadito, esperándome en la sala. Una vez habíamos conseguido un sitio
aceptable, porque las entradas no eran numeradas, menudo atraso, salí caballerosamente a por las
palomitas, que aunque sea un cine en VOS puedes comer porquerías, porque, que
yo sepa, la cultura no está reñida con la gula y el marraneo
Detrás, en la cola,
una chica muy mona, pero tampoco penséis que era lo más espectacular desde Beyonce C
en “Crazy in love”. Yo no iba, y al parecer ella tampoco, muy sobrado de tiempo
y la palomitera no tenía ninguna prisa. Decir que “no tenía ninguna prisa” es
endulzar la cruda realidad: era extraordinariamente lenta, con ese rollo pasivo-agresivo
que es, sin duda, lo que más odio en el universo, actuando como si quisiera
contar las palomitas una a una mientras
volaban por los aires, para seleccionar de forma muy profesional las más sabrosas, disfrutando de cada una de las parábolas que describían dentro de su jaula de cristal.
Mientras la palomitera seguía con la vista el
maíz caliente y después de dar haber dado más de 50 ojeadas histéricas al reloj, porque la película no nos iba a esperar, nos miramos (la chica y yo, no la palomitera y
yo).
En una película el tiempo se hubiera detenido, ella hubiera sonreído y unos querubines hubieran cantado una preciosa canción, seguramente el Aleluya versión Leonard Cohen. Una cámara slow-motion captaría el movimiento de su pelo, lacio y castaño, mientras de fondo se vería la poética trayectoria de las palomitas multicolores.
|
Dibujo de Rafa Navarro
http://elblogderafan.blogspot.com.es/ |
Pero estamos en la vida real y, simplemente, hubo ese "algo", ese ver a una persona y estar
seguro de que te irías a cenar con ella, y que la cena iría bien, y que podías
pasar el fin de semana, y que el fin de semana iría bien, y que de aquí saldría una relación de entre
1 a 20 años con ella. Ya no hablo de una vida entera porque creo que esto, hoy
en día, es entre una utopía cursi y una chorrada, así dicho en plan fino.
Volvamos a la
cola. Nos miramos, intercambiamos dos frases en las que ambos demostramos, ingeniosamente, que aprobaríamos
la pena de muerte el tiempo justo para ejecutar a la palomitera y , acto seguido, la suspenderíamos con un falso arrepentimiento, nos sonreímos (qué sonrisa!!) y me fui a mi sala en la que me esperaban mi novia
y mi hermano, ajenos a este momento mágico. Ella, partió a ver su película y la imaginé sentándose sola, aunque
lo mas probable es que lo hiciera con su madre, con una amiga o, a lo peor, con un
novio de 1,98 del modelo armario empotrado. Que conste que yo estaba superenamorado
de mi novia, así que aquí acaba la historia.
Si alguien piensa
“ja! muy enamorado de su novia pero iba mirando a otras por la calle” lo
expulso del post que ya estamos muy mayores para tonterías de este tipo. A su novia (o novio) cada uno le
dirá lo que más le convenga, pero si encuentras a otra posible "media naranja", lo mínimo
es pensar un “mecachis” a lo Flanders mientras vuelves al sitio que te corresponde y sigues
estando de maravilla. Eso es ser buen novio. No relacionarte nunca más con
las personas del otro sexo, o hacerlo sin que nadie te parezca atractivo es ser raro, raro, raro.
Me gustaría
pensar que, si no hubiera tenido novia, hubiera conseguido alargar
ingeniosamente la conversación de forma que al cine le hubiera seguido una copa o un
intercambio de teléfonos escritos en el cartón de rayas rojas y blancas de donde
sobresalían mis palomitas, pero tampoco me engaño.
Chicas de las palomitas ha
habido varias, quizás hasta muchas, y la mayoría de las veces me entró el miedo
escénico y elegí una derrota honrosa (y silenciosa porque nunca nadie lo supo) al riesgo de que me den un corte tipo: ”¿Cenar
a la salida? vale ¡y también invitas a mi novio que está esperándome dentro!”
Así que, los que estéis solteros, hacedme caso, tened el
firme deseo de no dejar escapar a ninguna chica de las palomitas. Llevad siempre un boli encima para apuntaros su teléfono en la mano o en el cartón palomitero, un método que
sigue pareciéndome millones de veces más romántico que sacar el iphone y
añadirla a la interminable lista de contactos, entre tu jefe y tu abuela.