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sábado, 21 de septiembre de 2019

El final del verano.

El calendario tiene unas fechas alegres (final del colegio, inicio de las vacaciones, cumpleaños), unas que van a gustos (Navidad a la cabeza) y otras que llevan a la melancolía y la depresión. 

En este último grupo tenemos un ganador invencible: el final del verano. 





Si sois de mi quinta y vuestros padres tenían los discutibles gustos musicales de los míos, más del Duo Dinámico que de los Stones o los Beatles, hay una canción que os debe perseguir en estas fechas de forma incansable. Aquella de "El final del verano llegó y tu partirás... ", de ese grupo que se vanagloriaba de que su amor tenía quince años mientras ellos iban vestidos como si tuvieran diez. 

Pero no quiero hablar de esos amores adolescentes de verano que conoces en Torrevieja (Alicante), que te rompen el corazón al desaparecer cuando tus malvados padres te obligaban a volver a Barcelona mientas ellas siguen con su vida en Cáceres. Se me pasó esa edad. 

Siendo como soy de los que consideran una memez el iniciar los años naturales con una lista de buenos deseos y defiende hacer lo mismo tras el verano, queda claro que, para mí, es un momento significativo, la frontera que los separa, en el que se puede pasar balance de la temporada 18-19 y hacer las propuestas para la 2019-2020. 

La fecha del final de verano es individual e intransferible. Fríos datos, rollo wikipedia: el verano metereológico acaba el 31 de agosto y el astronómico el 20 de septiembre. Pero en temas emocionales wikipedia no pinta nada: el verano acaba cuando nuestro corazón se deprime y punto. 

Para muchos coincide con ese 31 de agosto, ya un poco viejuno, de cuando el 70% del país hacía vacaciones el mes de agosto enterito. Para otros, cuando los niños empiezan el cole (sobre todo si eres niño) o la facultad. Porque, que nadie se equivoque, los auténticos sinónimos de verano son veraneo, playa (o montaña si eres rarito) y vacaciones. 




Escribo este post con estas vistas, celebrando que mañana se acaba el verano para mí. Lo hago con una cerveza y unos calamares a la plancha con patatas, en un chiringuito de la Playa de S´Arenal d´En Castell, con una abeja (espero que no sea japonesa) rondando mi plato y un calor considerable aumentado por la humedad del 200% que debe haber por aquí. Me esperan otro helado y un café cuando acabe el plato combinado. 

Esta imagen, es para mí, el final del verano desde hace diez años en que vine, por primera vez, un septiembre a Menorca, huyendo unos días de todo, en una de esas minicrisis personales que nos atacan durante la vida. Depende de como nos defendamos de ella tendremos una mejor o peor vida. 

Mi amiga Emma (una BFF de libro) me deja su apartamento que gorreo sin ningún miramiento para descansar, pasear, ir a las estupendas playas de Menorca, comer, dormir, escribir y leer. Y también, poniéndome un poco nostálgico, para reflexionar un poco de cómo ha ido el año, si estoy dónde quiero o no, y hacia dónde tengo que ir en el próximo curso escolar (o temporada de fútbol) 

Un año en que estoy solo escribo indignado mi "Paella para dos" y, otro, magníficamente acompañado, descubro que en Es Cranc un arroz caldoso de langosta da para alimentar a seis bocas con una ración.  



De reojo abro Google Calendar y veo lo que se me viene encima entre la ilusión y la pereza; las reuniones del hospital, las cenas de amigos, los próximos partidos del Barça o los huecos para el próximo viaje. Busco desde ya fechas libres e intento buscarles un hueco a todas las personas que quiero para empezar bien el curso. 

Hago alguna lista de esas que nunca se cumplen con el absurdo nombre de "To do", cuelgo alguna foto de postureo en insta con un éxito aceptable y empiezo a pensar que no he hecho el check-in. Sí, todo a última hora, como si por hacerlo después atrasara la vuelta. 

Y así, poco a poco, se me escapan los últimos días del verano, que, este año, acaba el domingo 22 de septiembre y, a partir de mañana las fotos en insta que incluyan bañadores y playas, me parecerán del año pasado.