Seguidores

jueves, 17 de septiembre de 2020

La importancia de los seguidores (en redes sociales) ¿Debemos comprarlos?

 En los últimos días ha saltado a la palestra un escandalito de andar por casa (de esos para entretener al personal entre emérito, Kitchen, COVID y otras hierbas) sobre un tal Rafael Cabaliere al que le han dado un premio (Espasa) a la poesía. 

Parece ser que el mérito más notorio del poeta era tener muchos seguidores en la red, un número tan exagerado como 879.000 en Twitter y 715.000 en Instagram, siguiendo él unos pocos cientos. 

No sé mucho de cómo funciona lo de comprar seguidores pero por un par de artículos que he leído el autor ha conseguido de esta forma ("pagant Sant Pere canta") ese número descabellado de seguidores, y dicen las malas lenguas, que eso ha sido decisivo para llevarse los 20.000 euritos del Premio Espasa. Lo primero es felicitar al ganador, que ha conseguido sus objetivos: es famoso, publica y gana dinero.

He leído en Instagram varios de sus poemas y no me gustan nada: serían un estilo Coelho, con ese positivismo simplón, con frases que podrían servir para decorar tazas y poco más. En este caso, además, se mezclaba con la duda de que fuera un pseudónimo o que el chico directamente no existiera, de que tan trabajados poemas fueran escritas por un ordenador, rollo IA. ¿Más marketing para que se hable del premio? 

Os dejo un ejemplo de lo que escribe: 

No nos engañemos,
cada quien elige
a quien querer,
a quien hablarle,
                                                                            a quien buscar.

Cuando algo es real,
el interés nunca se va

Insisto en que nada malo que decir sobre el chico: se ha llevado el premio y bien por él. 

Pero aquí entra una duda existencial: ¿lo que hace es lícito? ¿Debería seguir yo el mismo camino? ¿Sería la forma fácil de dar a conocer mi blog o mis libros? 

Si lees editoriales sobre el tema o escuchas a youtubers, que se suponen que saben no llegas a ninguna conclusión: muchos aconsejan que no lo hagas, que lo importante son los contenidos de calidad, bla, bla, bla (como si los contenidos de calidad fueran los que más triunfaran) y otros, más descarados, te contestan con un SÍ como un piano. Porque es más fácil que alguien siga una cuenta con 150.000 seguidores que una con 1.000 con la brillante deducción de "si lo siguen será por algo",  o porque Instagram o Google al ver más movimiento en la cuenta harán que te llegue más tráfico. Esas cosas que igual algún día habrá que comprobar. 

Cunado empecé con el blog una amiga periodista que se ha dedicado más al mundo de la comunicación me felicitó por el blog ("tienes gracia y eres polémico, me gusta") y se ofreció para comprarme seguidores. Le dije que no, gracias. Me puso ejemplos de personas conocidas (muy conocidas) que habían comprado sus primeros 100.000 seguidores: no veía nada desleal en el tema, considerándolo simplemente una ayuda, un pequeño empujón para despegar en el mundo de las redes que, al parecer, es mucho más importante que escribir bien. Porque los contenidos son buenos o malos, independientemente del número de gente que los lea (no son peores por llegar a más personas) 

Pero no lo hice, porque me pareció feo, impostado, una especie de trampa a los ojos de todos, incluso al solitario, pero quizás, solo quizás, olvidé una premisa, que tanto Facebook, como Instagram como Twitter son, en el fondo, grandes mentiras... ¿Me animo? 


 

viernes, 28 de agosto de 2020

El Dalsy, la nueva estrella mediática de la COVID. La vuelta al cole.

El Ministro Illa ha tenido la osadía de decir que enviar a los niños al colegio con sintomatología compatible con la COVID sería una barbaridad. Las redes, esa cosa etérea, se le ha tirado encima diciendo que está de espaldas a la realidad: vamos, que lo han puesto a parir. 

Empecemos con un símil para entender más fácilmente el concepto: hasta hace dos meses los pacientes respiratorios, cuando acudían a urgencias, entraban como los demás. A nadie se le ocurría que debía llevar una mascarilla para evitar contagiar a los otros pacientes ni al profesional sanitario. Si la enfermera de triaje le hubiera dado una mascarilla quirúrgica, no se la hubiera puesto o se hubiera convertido en un detractor al sentirse vejado, como si lo hubiéramos tratado como a un apestado.

A día de hoy, en plena pandemia, no llevar mascarilla en urgencias (más aún un paciente respiratorio) sería una barbaridad. Porque no hablamos de contagiar la gripe o un resfriado común, sino el coronavirus. 

Que no hacerlo antes fuera un error creo que todos los que trabajamos en hospitales lo hemos entendido y que, pasada la pandemia, a todo paciente con fiebre o tos, de entrada, se le dará una mascarilla, una evidencia, a no ser que seamos unos rematados inconscientes. 

Repasemos lo que ha dicho Illa al respecto. 

"No concibo que un padre o una madre lleven a un niño, sabiendo que no está en condiciones, al centro escolar, poniendo en riesgo la salud de su hijo y del resto de alumnos. De todo hay, pero francamente no lo concibo. Si hay que sancionar esto... en fin".

La crítica es la de siempre: que vive en una burbuja, que será que él no lo ha hecho nunca, que, claro, si tienes canguro es más fácil pero los que no tenemos qué.... 

Es posible que  Illa le hay faltado empatía al utilizar el "no lo concibo" pero lo que dice no tiene mucha crítica, 

Es evidente, que despertarte a las ocho de la mañana y ver que tu hijo tiene fiebre y no puede ir al cole, es una de aquellas cosillas que te destrozan el día. Porque has de entrar a las nueve a trabajar, porque igual hace dos semanas ya te pasó algo parecido con tu hijo mayor y el jefe pone muy mala cara, porque hay que empezar a localizar a abuelas (mal negocio en este caso) o canguros para que se hagan cargo del niño... Un follón de narices. 

Pero, aún así, el recurso de darle el Dalsy (o el Apiretal, que nadie se enfade) y enviarlo al cole, no es una actitud válida, aunque se haya hecho "toda la vida" y "no haya pasado nada" y aunque "lo hayamos hecho todos". 

Primero, que se haya hecho mal toda la vida es una muy mala excusa, como lo de no poner las mascarillas a los respiratorios en urgencias, y  segundo, llevar a tu hijo al colegio si crees que tiene (o puede tener) el coronavirus (cualquier cuadro viral) no deja de ser un atentado contra la salud pública, aunque tengamos mil motivos (no hablo de excusas) para hacerlo. 

Y, es evidente, el gobierno y los empresarios van a tener que poner todo de su parte para que los trabajadores no sufran las consecuencias de la combinación "hijos-pandemia" y, en algunos casos, no lo harán. Pero, en lo que respecta a Illa, que es ministro de Sanidad, me parece poco criticable la frase.  

Nadie dice que sea fácil, no lo es, pero el recurso (mal recurso) que hemos utilizado todos en tiempos pre-pandemia, no es válido ahora.  El que crea que nuestra vida este invierno será un paseo por el bosque, se equivoca.

Y sí, si hay que hacer este post para explicarlo, es que una buena parte de la sociedad no ha entendido nada de nada de nada....




lunes, 24 de agosto de 2020

La PCR de SARS-CoV-2 y cuando, para acertar, hay que errar en diecinueve de cada veinte ocasiones.

A todos nos gusta acertar: fallar, también en medicina, está mal visto. Pero en la pandemia por coronavirus, nos guste o no, hay que "fallar" en diecinueve de cada veinte PCRs según la OMS. Y creo que acierta. 

Recapitulemos y pensemos en una patología que hay que descartar con una prueba relativamente cara y cruenta: la embolia pulmonar. Tiene unas ciertas (salvando miles de km de distancia) similitudes con la COVID: amplia variabilidad en su sintomatología y posible gravedad hasta provocar la muerte en algunos pacientes.     

La enfermedad trombomebólica es una enfermedad en la que, si el médico que siempre que pide un AngioTAC torácico la diagnostica, si todas sus sospechas son "positivos", demuestra que es un mal profesional: para diagnosticar cinco hay que pedir diez TACs. O veinte. Si los "aciertas" todos es que se te escapan muchos. "Fallar" esos quince TACs no deja de ser un acierto global, un pequeño peaje en forma de ataque a tu ego, en forma de error aparente, que debemos pagar sin rechistar. 

Algo así sucede con las PCR de la COVID. Has de pedir muchas, muchísimas, hasta veinte para tener una positiva si quieres estar haciendo un buen trabajo. Y eso, a veces, cuesta de asumir. 

Ahora mismo en España estamos en el 7.9% de PCR positivas, pero con regiones por encima del 12%. En otras palabras, hacemos más o menos la mitad (dependiendo de las zonas hasta un tercio) de las que deberíamos. 

Seguramente la responsabilidad, como siempre compartida, es en su  mayor parte de las instituciones que no han puesto los recursos necesarios para realizar más cribajes, pero como médicos, siempre podemos poner nuestro granito de arena para hacer las cosas lo mejor posible. 

Porque, desde urgencias, es muy fácil altar a alguien con febrícula y diarreas o odinofagia con el diagnóstico de viriasis sin PCR. Si tiene veinte años, las repercusiones para su salud por no hacer la PCR son mínimas o nulas, pero, sin embargo, a nivel de salud de  la población, es un error; se contribuye a no atajar  la pandemia dado que este caso no diagnosticado puede infectar sus contactos al no asilarse y podemos no diagnosticar a contactos que sean positivos asintomáticos. 

Es evidente que el 5% que pide la OMS es de PCRs globales, no de las pedidas desde urgencias pero me sirve como ejemplo. 

En twitter leí ayer un comentario de un médico que decía que posiblemente este 7% era porque antes de pedía a "todo el mundo que tenía cualquier síntoma que podía ser COVID" y ahora " se afinaba más". Ese tweet me animó a escribir este post porque ese concepto me parece un terrible error. 

Así que, desde urgencias hemos de pedir PCR, PCR, PCR y más PCR a todo paciente con clínica compatible, aunque creamos que, muy probablemente, será negativo. Como el angioTAC con la embolia pulmonar, el objetivo es que no se nos escape ninguno, no acertarlos todos. 

Y si eres médico de guardia o de primaria y "solo" has encontrado 1 positivo de las últimos 20 PCR que has pedido...  felicidades!!!!! has hecho un buen trabajo!!!!!

Y ánimo a todos, que vienen curvas (cerradas) otra vez. 


 

domingo, 23 de agosto de 2020

Libros del 2017, segunda parte

Post un poco extraño... Iba a publicar mis lecturas del verano (del 2020) pero me he dado cuenta de que dejé este post del 2017 en "borradores" así que, con un retraso brutal, ahí va!!!!


La posibilidad de una isla. Michel Houllebecq. 2005



Cada escritor tiene sus fijaciones. Roth por el sexo, el judaismo y las enfermedades, Nothomb por el amor, las relaciones interpersonales e interculturales y Houllebecq por el sexo, las sectas y el futuro de la especie

Escrito de forma extraña (un capítulo para el humano Daniel1 y el siguiente para el neohumáno Daniel25) Houllebeq explica la vida de un humorista francés de éxito y su relación con una secta: "los elohimitas" que aseguran la inmortalidad. 
La parte de la inmortalidad, tema repetitivo en sus libros me cansa un poco, pero la forma de explicar las relaciones humanas, el sexo y el envejecimiento me parece brillante. 

Buen libro pero claramente por debajo de "Las partículas elementales" y menos brillante que "El mapa y el territorio", "Sumisión" o "Plataforma". 




Nos vemos en esta vida o en la otra. Manuel Jabois.


Para empezar dirá que me encanta Jabois, tanto sus artículos en El País, de lo poco que se salva del periódico, como sus opinioes por Twitter. 

Recreación de la parte española de los atentados de Madrid del 11M desde el punto de vista de Gabriel, "el gitanillo" o "baby", un adolescente que colaboró con Trashorras, condenado a miles de años de cárcel por ser el que consiguió los explosivos para el atentado. 

Como pasa muchas veces en estos casos hay una mirada quizás demasiado amable con el protagonista, casi disculpándolo de todo por su entorno y una infancia difícil. 

Entretenido pero quizás tanta relación (hijo de Pepa, hermano de Lola, amigo de Ramón) sobra y no aporta mucho...









Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones. Charles Bukowski.



No es tan redondo como "Cartero" pero un buen libro si a uno le gusta el estilo Bukowski con mucho sexo y palabrotas. Son, como muchos de sus libros, un compendio de historias cortas escritas en clave autobiográfica. "La boda zen" es, sin duda, un relato magnífico.

Creo que le estoy cogiendo el gusto a Charles posiblemente porque todos los hombres tenemos algo de él que la sociedad nos obliga a reprimir. 










Ante todo no hagas daño. Henry Marsh


Recomendación de grupo médico de twitter, en la que todo ha de ser superlativo, ya se sabe: maravilloso, extraordinario... Es el "primum non nocere" de Hipócrates, Galeno o Hooker.

Son las historias de un neurocirujano, rollo abuelo cebolleta, en la que nos desgrana su carrera profesional y como, poco a poco, se va dando cuenta de las limitaciones de su especialidad, de que hay pacientes curables y otros en los que es mejor no tocar.
Posiblemente para las personas de fuera de la profesión puede tener más interés. Situaciones como las descritas las hemos vivido a patadas en todos los hospitales públicos y privados, son parte de la medicina.

Un libro que tiene cierto interés pero que no responde a ninguno de los calificativo superlativos del grupo de twitter.






Si hay que matar, se mata. Andreu Martín y Jaume Ribera. 





Nunca he sido aficionado a la novela negra, así que es difícil que me enganche una de este tipo auqnue esta se ecnuentre a medio camino entre la novela de enredo y la novela negra. No lo recomiendo. Todo muy típico: detective venido a tiempo, mujer fatal. Se lee fácil pero no aporta nada. 






viernes, 10 de julio de 2020

La falta de memoria, el yoismo y el terraplanismo: los nuevos "amigos" del COVID

Como uno tiene la bola de cristal estropeada y es de los que cada vez que ha hablado del COVID ha metido la pata (como todos, vamos), no me atrevo a hacer una apuesta sobre el manido "rebrote sí, rebrote no", o sobre su magnitud, pero gracias a tener Facebook e Instagram, he visto varias actitudes que me resultan entre difíciles de entender e incomprensibles del todo. Muchas, además, protagonizadas por personal sanitario que ha estado en primera línea contra el COVID.

Vaya por delante que no me gusta ir acusando a nadie y que la labor de policía de balcón no me llena. Simplemente unas reflexiones. 

NO APRENDEMOS 

La capacidad del ser humano de olvidar no tiene límites. Supongo que debe ser un mecanismo de defensa para "tirar hacia delante", pero en este caso, es un fenómeno maladaptativo. ¿No recordamos que hemos estado tres meses encerrados en casa? ¿A nadie se le ha muerto un ser querido o, al menos, un conocido cercano? Parece que no. 

En cuanto el gobierno ha abierto las puertas nos hemos lanzado a una vorágine de cumpleaños (la natalidad en junio debe ser bestial) en los que los homenajeados destacan por su gran vida social: nada de seis comensales, de diez para arriba, todos bien juntitos.  

El otro día una compañera me comentaba arrepentida que había ido a una de estas celebraciones: "no era mi grupo, me podía haber quedado en casa perfectamente, no me aportaba nada". Evidentemente, nada de codo con codo para saludar que queda muy cursi: todo el mundo besándose como si no hubiera mañana, muchos de ellos, simplemente conocidos. Y nada de dos metros y medio... 

DISTANCIAMIENTO SOCIAL 

Quizás existe de forma individual, pero no como concepto colectivo. Desde que acabó el confinamiento solo me he reunido con los míos: mi pareja, mis amigos íntimos (debo ser un antisocial porque se cuentan con los dedos de una mano) y mi familia. Poco más. Las personas que necesito ver. 

Lo máximo, diez en un vigésimo cumpleaños: mi familia. 

Nade de comernos los morros, de estar todo el rato abrazados: una foto formando a lo equipo de fútbol y cada uno a su casa, no de esas que estoy cansado de ver de cinco personas juntando todas las cabecitas para salir en el selfie. 

¿De verdad se necesita tanto ir a fiestones? ¿Vale la pena? Porque, recordémoslo, entre 28.000 (muertos reconocidos) y 43.000 (exceso de mortalidad) es lo que nos ha costado la broma. El campo del Sevilla lleno. Y podemos llenar San Mamés o el Camp Nou....


El gobieno, nuevamente, ha fallado. Entendiendo que no debe ser fácil y que hay que reactivar la moribunda economía, pero o no conoce a su población o son unos ineptos. 

¿Tanto costaba limitar las reuniones a 15 personas? Los mayores brotes están viniendo por aquí o en condiciones de trabajo insalubres, pero no se oye nada en este sentido: me temo que llegaremos antes a la fase 2 que a cambiar esa medida. 

O el gobierno no ha sabido transmitir lo que era el distanciamiento social (pocas interacciones con otras personas, lo más seguras posibles) o simplemente, nos lo hemos pasado por el forro.

Y ya de llevar la mascarilla puesto de una forma normal ni hablamos. 


EL YOISMO y EL TERRAPLANISMO 

Todos somos muy listos. Pero mucho. Más que Illa, que Simón o que la OMS. Así que, qué más da lo que ellos recomienden, yo voy a hacer lo que me sale de las narices. Que para algo pienso...

Y si quiero una excusa puedo poner un vídeo de una Doctora X (la de videos diciendo chorradas que me han pasado desde el inicio de la pandemia) que sale en un video de youtube dando una charla sobre lo que nos convenga. Seguramente no ha tratado un enfermo con COVID ni es epidemióloga ni viróloga ni nada. Pero me gusta como habla. Lo cuelgo en la red o lo comparto. Y me quedo tan ancho. Y con un poco de suerte consigo que alguien se quite la mascarilla más de lo recomendado o vaya a trabajar con fiebre. 

La incertidumbre que dejan muchas medidas y el donde dije digo digo Diego que ya hemos visto más de cien veces es la excusa. 

Al yoismo lo acompañan el cuñadismo, el terraplanismo y las teorías de la conspiración de todo tipo. Parece ser que a alguien en España le debe interesar una leche de entre el 10 y el 15% del PIB como la que se espera. Seguro. Amancio Ortega, Pedro Sánchez y la derecha, todos deben estar super satisfechos.... 

Con los terraplanistas de los antivacunas ya me vi envuelto en largas discusiones hace unos años: nada que hacer. Ellos tienen su convencimiento, sin nada que lo respalde, porque, ¡cómo va a haber un estudio serio sobre autismo y vacunas si hay una conspiración mundial para que no se sepa nada! Y así todo. 

Pero el yoismo y la defensa a ultranza de unos derechos fundamentales como el no ponerse mascarilla (un sufrimiento increíble) o que no te aislen si das positivo en la PCR me llevan al convencimiento de que estamos delante de una sociedad enferma. 

Porque todos los que deciden que no hacen caso no suelen ir asesinando a nadie ni a doscientos por hora por las autopistas del país. Porque no se sentirán responsables de la muerte de nadie, aunque lo acaben siendo. 

¿Quién se creen que son para considerarse más importantes que la sociedad?  ¿Se creeen superiores? ¿Diferentes? ¿Creen que su vida vale más que la de una anciana? ¿Por? 

Y sí, a mi hay muchas medidas del gobierno que me parecen chorradas, como me lo parecía el uso del casco cuando tenía quince años, pero en una sociedad civilizada hay un gobierno que pone las normas y unos ciudadanos que las cumplen. Y, si no nos gustan y las infringimos, el gobierno es responsable de multarnos (aquí me gustaría resaltar la magnífica dejación de funciones de Mossos, Guardia Urbana, etc que han pasado de todo desde que acabó el confinamiento, sinpatrullar las calles, sin vigilr que se respeten las normas, sin multar a nadie)

Porque de eso van las sociedades civilizadas. Y si no nos gustan los que gobiernan, los cambiamos el cuando toque, votando.

Las noticias de hoy son que el ritmo de nuevos casos se parece a principios de marzo. Difícil de interpretar porque ahora hacemos muchas PCR y en esos momentos solo al que ingresaba, pero parece que hay suficientes indicios para que nos dejemos de chorradas, nos pongamos la mascarilla y no montemos fiestas de cincuenta personas o compartamos cachimba, que hagamos caso de una puñetera ez y seamos un poco antisociales ... porque lo que nos jugamos son cuarenta mil muertos más, dos meses de confinamiento y una crisis económica sin precedentes. 

















miércoles, 22 de abril de 2020

"Lo que sucedió tras la muerte de mi madre". Feliz Sant Jordi 2020.

Este año llega un Sant Jordi extraño, el Sant Jordi del coronavirus, el del confinamiento, el de no poder salir de casa a primera hora a comprar las rosas, el de no poder hacer la ruta para regalársela a mi hija, a mi madre y a mi pareja. El de no poder pasear por las calles buscando un libro que regalarle a alguien especial, o a ti mismo, que para algo conoces tus gustos literarios y te quieres mucho.

Un Sant Jordi triste, que casi nos coge, como tantas otras cosas este año, a traición, porque estar en casa encerrados un día (o cien) laborable es una cosa, pero que nos roben una de nuestras fiestas preferidas ya es pasarse.

Al parecer la idea era que en tres meses se hará una especie de fake St Jordi. Un 23 de julio nada más y nada menos. Puede estar bien, pero no será igual: los sucedáneos son siempre eso, malas copias con las que consolarnos.



Me sorprende el Sant Jordi del 2020 poco confinado y trabajando mucho y, lo confieso, sin haber hecho los deberes. Ya iba justo de plazos para que el libro estuviera listo y publicado el 23 de abril pero, con toda la locura del coronavirus, me he tenido que dedicar a "lo mío", que es la medicina, y no he conseguido cuadrar con la editorial todos los detalles que vienen antes de la salida del libro.  

Así que mi segundo libro, Lo que sucedió tras  la muerte de mi madre,  aunque ya ha ingresado en imprenta, totalmente acabado, no está disponible, ni por internet ni en librerías.

Pero me parece que este Sant Jordi virtual es ideal para presentarlo en sociedad y, ya que estamos, empezar con la pre-venta.

Si Mi primer amor era una bruja es un libro ágil y divertido, del que estoy aceptablemente orgulloso, con Lo que sucedió tras la muerte de mi madre se me cae la baba. Las críticas de las pocas personas que lo han leído me confirman que no es amor de padre (que también).

Sin caer en mucho spoiler, (¡qué difícil es hacer una sinopsis!) el libro habla de Lucía, que ve como cambia su vida radicalmente tras la muerte de su madre, Isabel, premio Nóbel de Literatura y con la entrada en su vida de Miguel, un viejo amigo de su madre que no conocía.

Es un libro sobre las relaciones humanas en todas sus variedades: madre-hija, pareja, amigos o compañeros de trabajo. Es una historia de amor pero que he intentando que no tenga, ni mucho menos un tono rosa, en que se mezclan mis dos pasiones: la medicina y la escritura.

En aproximadamente un mes estará listo, pero hoy, aprovechando Sant Jordi, lo pongo en pre-venta!!

Para los que queráis hacer una reserva solo tenéis que cumplimentar dos pasos: 

- Enviadme vuestra dirección postal al correo electrónico fercereto@gmail.com y os lo enviaré en cuanto llegue de imprenta!!!

¡No os cortéis si queréis una dedicatoria para vosotros o para el afortunado, si lo vais a regalar!

- Haced el pago (18 euros) a la cuenta de paypal: paypal.me/fercereto



Gracias a todos y feliz Sant Jordi!!!







miércoles, 8 de abril de 2020

Porque los muertos tienen nombre. Para Toni, Pablo, Tula y Víctor.

Se llamaban Pablo, Toni, Tula y Víctor.


Uno era un paciente que había visto hacía una semana para una revisión rutinaria, otro, nada más y nada menos que un compañero de los "de toda la vida" del hospital, la tercera la suegra de una amiga y el cuarto el padre de mi cuñada.

Todos fallecieron en menos de 48 horas y todos tenían nombre y apellidos. Y familia. Y ganas de vivir. Y sí, algunos eran "mayores" y, sí, todos tenían "comorbilidades" ¿Y?

Desde hace años todas las tragedias nos pillan a medio camino entre el morbo y la frialdad de las estadísticas. La prensa puede caer fácilmente en el sadismo, como vimos por ejemplo con las niñas de Alcácer, o pasar de puntillas entre la desgracia colectiva a base de convertirlos en cifras. En este caso, en el punto medio está la virtud. 

Acostumbrados como estamos a que la epidemia de coronavirus se cuente en decenas de miles de infectados y cientos de muertos diarios la frialdad de los números nos hace escapar del gran drama que vivimos. Y sí, los periódicos intentan compensar haciendo un esfuerzo por preparar reportajes en los que se pone rostro, nombre y apellidos a los fallecidos, con historias cotidianas y vidas parecidas a las nuestras o a las de nuestros allegados. Pero es difícil que esas elegías, por muy bien narradas que estén, nos conmuevan. No son de los nuestros. 

A los médicos, que somos humanos, nos pasa algo parecido. A pesar de que siempre nos duele que un paciente fallezca, no es lo mismo que se muera una paciente que has visto cinco días en planta o un paciente que controlas en la consulta desde hace diez años. Y no es lo mismo que el muerto sea un desconocido o un compañero y amigo.  

Desde el primer momento se ha intentado deshumanizar las crisis con dos conceptos: son viejos y/o con comorbilidades. Cómo si fueran vidas que no fueran dignas de ser prolongadas, casi como si fueran pacientes en muerte vegetal a los que solo hay que desconectar. Pues no, la mayoría eran personas razonablemente sanas, con sus años o su hipertensión. Pero nos resulta más fácil  deshumanizarlos. Más fácil y más práctico: porque como yo tengo menos años y no tengo ninguna enfermedad, no me pasará a mi. 

Sobre la edad dejo un artículo magistral, el "Viejos muertos de miedo" de Elvira lindo. 


El concepto de comorbilidad les ha ido muy bien, pero no es lo mismo un paciente con cáncer en cuidados paliativos que ser hipertenso o tener sobrepeso. Cuando nos planteamos que muere un paciente con comorbilidades pensamos en pacientes con enfermedades crónicas, graves e incurables, con pronóstico de vida malo a corto-medio plazo, al que, si no fuera una infección por coronavirus hubiera sido una gripe la que, desgraciadamente, se lo hubiera llevado. Pero para las estadísticas, el que era hipertenso o al que le sobraban 5 kilos, también tenían comorbilidades.

Siempre que voy a un funeral intento fijarme mucho en el dolor de la familia porque me hacer recordar que, mi día a día es una lucha para que ese momento le llegue lo más tarde posible, no solo a mis pacientes, sino también a sus familiares, y que, cada vez que un paciente se va, aunque tenga noventa años, deja hijos y nietos que lo lloran. 


Así que para mi los fallecidos por coronavirus, además de ser 14.555 a día de hoy, no pueden ser solo un número: son también los nombres de Toni, de Tula, de Pablo y de Víctor. 

Y este es mi pequeño homenaje para Feixa (porque sí, lo llamábamos por el apellido, como en el cole) Te echaremos de menos. 





sábado, 21 de marzo de 2020

Las personas en la era del coronavirus. Nuestros actos nos definen.

Hoy tengo un día de descanso. Mis compañeros me cubren y me he quedado en casa para las jornadas que vienen, que serán intensas. Momento de intentar despejar cuerpo y mente para las dos terribles semanas que se acercan según las curvas epidemiológicas con las que todos nos hemos familiarizado. El descanso es una parte de un buen trabajo. A veces lo olvidamos.

No es este un post reivindicativo del personal sanitario: creo que se ha dicho todo y la ovación de cada día a las 20 horas ya nos llena. Solo decir que estoy de acuerdo en considerar a las señoras de la limpieza o la seguridad del hospital como parte de nuestro equipo como si fueran camilleros, celadores, auxiliares, enfermeras o médicos.

También me gustaría destacar la infinita comprensión por parte de las familias con las que se tiene que tener un trato que raya lo inhumano y a las que desde aquí les pido perdón. Aislamos a pacientes graves que pueden (o van) a morir: algunos lo harán solos. Terrible.

Tampoco me parece el momento de hacer las justas reivindicaciones salariales. Eso vendrá después. Ahora me parece de mal gusto hasta sugerirlo.

O de hablar del aislamiento que en la era de Netflix, Kindle, Skype... es menos aislamiento. Pero, aún así, será duro. Ánimos a todos.

En el post me gustaría hablar de la parte personal, de cómo nos enfrentamos a los retos, a las desgracias, a las situaciones de stress.

Tiraré de historia familiar para recordar un pasaje de la vida de mi madre, que le robo sin su permiso: mi madre enviudó a lo 38 años y, unos años después, volvió "a salir".  Conoció a Jaime, un hombre que le gustaba: iban de cena, de copas, mucho ji ji y ja ja. El ligoteo de toda la vida iba bien. Pero lo que la acabó de convencer de que quería pasar su vida con él fue ver como le afectó la muerte de su hijo en un inesperado accidente. Porque ese día lo conoció de verdad, en la desgracia, sin las ataduras de los disfraces que todos llevamos puestos en el día a día. Y le gustó mucho lo que vio. No se equivocó: Jaime, en los años en que estuvimos con él hasta que también nos dejó (ya es mala suerte), demostró que era una gran persona.

Esto nos va a pasar a nosotros en esta crisis.

Dentro del personal sanitario, en las pocas (pero eternas) semanas que han pasado desde el inicio de la crisis nos hemos equivocado todos. Absolutamente todos, y los primeros los que hemos tenido que tomar decisiones de cualquier tipo respecto a lo que hay que hacer en el día a día en los centros sanitarios. No ha sido fácil gestionar la crisis, y más difícil que lo será. Hemos trabajado con protocolos que servían por la mañana pero no por la tarde y, siguiéndolos, hemos vuelto locos a enfermería pidiéndoles que se protegieran de una forma A el martes, luego B el miércoles y luego A el jueves. Y lo hemos intentado explicar con más o menos éxito.

Nos han llegado protocolos de tratamiento de 20 hospitales de tercer nivel, todos ellos diferentes. 

La epidemia (pandemia) de coronavirus nos va a poner a todos al límite, a los que trabajamos en el sector sanitario en especial.

Hay una de esas frases rollo Mr Wonderful que, en una crisis y en el mundo de Instagram, tiene más vigencia que nunca: "nuestros actos, y no las palabras, son lo que nos definen"

Y esta es la "ventaja" de una pandemia: que todos nos vamos a conocer mejor. Aquí vamos a ver quién se toma esto como unas vacaciones pagadas y quién como un ejercicio de responsabilidad, quién hace caso y quién no a la sugerencia (¿por qué no prohibición?) de no salir de casa, quién llama a su familia entendiendo que están pasándolo mal y quién no. Quién se acuerda de ti y quién no. Quién pone por delante sus intereses a la salud pública. Quién vale la pena y quién no. 

Y, en nuestro círculo cercano tendremos a nuestros amigos, compañeros, conocidos y familia que nos van a dejar claro a quienes escogeríamos como nuestros compañeros a un viaje al fin del mundo. Vamos a saber quién pone que ama su trabajo solo en las fotos de Instagram y quién lo hace en la vida real.

Y vamos a tener que intentar tratarnos todos bien, con cariño. Y, a veces, con el stress, no lo conseguiremos y nos sentiremos mal al día siguiente (o 10 minutos después) y haremos todo lo posible para que no se repita. Con o sin éxito. Yo el primero.

Y nos vamos a volver a equivocar todos y tendremos que ser magnánimos con los errores de los demás y generosos con sus aciertos porque nos gustaría recibir el mismo trato. Sería un detalle nos fuéramos dando las gracias y reconociendo el esfuerzo día a día.

Detalles como el pastel con el que María, la auxiliar de consultas, nos endulzó el primer pase de guardia de la crisis, los múltiples médicos de otras especialidades (trauma, pedia, cardio, medicina nuclear...) que se ofrecen a hacer lo que sea, de residente, las notas en el ascensor de las vecinas de la escalera ofreciéndose para ayudar a los ancianos a ir a la compra...

Todo suma y nos ha de hacer recordar que, en general, la gente es maravillosa y no podemos dejar que un diez por ciento de personas egoístas e insolidarias nos hagan pensar que la humanidad merece ser destruida.

Y ánimos a todos mis compañeros del personal sanitario porque me temo que nos vamos a ir llorando a casa más de un día.

Ánimo para todos: profesionales, aislados y, sobre todo, pacientes.