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viernes, 9 de septiembre de 2016

La infidelidad.

Qué bonito tema para un post: la infidelidad. Todo el mundo sabe que ser infiel es lo peor del mundo, un acto poco ético y que convierte al infiel en un ser absolutamente despreciable. 

¿O no?


Me enseñaba una amiga que el libro que cambió la historia de la literatura fue "Crimen y Castigo" porque fue la primera vez en que los protagonistas no son ni totalmente buenos ni absolutamente malvados. En cada uno de ellos, no solo en Raskólnikov, conviven el bien y el mal.

Todos somos un poco Raskólnikov y no solo como personas. La mayoría de acciones que realizamos a diario tienen una doble lectura: en ocasiones detrás de un gesto altruista se esconde una parte repugnante (una motivación no tan limpia como parece, el esperar un retorno) y viceversa, detrás de una actividad que la mayoría de la población repudiaría puede haber algo de poesía, de virtud. 

Cuando uno escribe "infidelidad" lo primero que nos viene a la cabeza es la infidelidad hacia la pareja. 


Pero ¿qué es la fidelidad? 

La RAE (que aunque haga cosas muy raras no deja de ser la RAE) define fidelidad como "lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona". La infidelidad, no se matan, es la "falta de fidelidad"

Como somos de mente estrecha la fidelidad en el mundo de la pareja la entendemos (sí, voy a generalizar) como la ausencia de sexo con otras personas. Perfecto. Es una interpretación simple, aséptica, edulcorada. En resumen: una porquería. 

¿Se puede ser casto de puertas afuera y ser terriblemente infiel?

Ya no hablo de que uno puede ser infiel de pensamiento (hacer sexting, tener chats eróticos con "amig@s", fantasear con Pepe o Lola cuando estás haciendo el amor con tu pareja),  si no de otro tipo de infidelidad.


La infidelidad no deja de ser una dejación de nuestras obligaciones con nuestra pareja, un incumplimiento del contrato no escrito que firmamos cuando empezamos a salir con alguien. 

Criticar a tu marido en la peluquería poniéndolo a parir porque salió ayer con los amigos y llegó borracho a casa o explicar que tu esposa es un témpano de hielo en la cama mientras te tomas una birra con los colegas es infidelidad. Aunque no tengas sexo con nadie más. Es romper el pacto de complicidad que os unió.

No apoyar a tu pareja cuando te necesita, cuando está en un mal momento, es ese preciso instante que se supone, ¿no tenemos pareja para eso?, que has de complementar al otro, es infidelidad porque no estás, como dice la RAE, "ofreciendo tu lealtad"

Entre amigos y familiares pasa lo mismo: te deben esa fidelidad, o sea, esa lealtad, ese estar ahí cuando lo necesitas que es lo que define los lazos fuertes, los vínculos entre personas que se quieren, que se aprecian. Aquí seguimos hablando de infidelidad (porque no es un amigo fiel)  y no hay nada sexual. 



Ese es mi concepto ampliado de fidelidad. 

Ahora nos pondremos en el otro punto de vista, lo que todos estaremos de acuerdo en que es claramente una infidelidad: sexo con una persona de fuera de la pareja sin su consentimiento (el de la pareja claro). OK.

¿Seguro?

Imaginemos una pareja feliz, que tienen una complicidad espectacular, que educan de forma primorosa a unos preciosos hijos y disfrutan de escenas del sofá y de toma del aperitivo dominguero al sol mientras leen La Vanguardia. Una familia para enmarcar. La envidia del barrio.

Pero ella no disfruta en la cama con él, que si, que es muy buen marido y muy buen padre pero que en cuestiones de catre es un  poco sosainas. A ella le gusta un poco de sado, probar juguetitos, sexo en sitios públicos, pero él es muy de misionero y a dormir. O, vamos a ponernos dramáticos, ella tiene un problema de salud que la imposibilita para el noble arte amatorio.

¿Deben renunciar a una vida sexual plena? ¿Deben buscarse la vida por otro lado? Esa es la cuestión. 



La solución éticamente irreprochable sería renegociar el contrato con la pareja, sentarla en un sofá y decirle: te quiero, soy muy feliz contigo a mi lado, me encanta el modelo de familia que tenemos pero necesito que me den caña una vez a la semana (o similar)

Todos sabemos como acaba esta conversación: maletas en la puerta y divorcio.

Así que la situación más lógica e inteligente no deja de ser buscarse un amante y disimular. 

Si las cosas se hacen, se hacen bien: que nadie se entere. Si  el tema es un deshago  o una fantasía sexual que quede en la intimidad de la alcoba.

Recuerdo una escena de la película "French kiss", comedieta romántica de hace muchos años, en que Megg Ryan llora desconsolada y un camarero (italiano) se acerca y le pregunta qué le pasa. Ella responde que su marido la engaña. El camarero le pregunta "¿su hermana?", "¿su mejor amiga?", "¿alguien del trabajo?, "¿la conoce?" y todas las respuestas son negativas. "Bravíssssssimo!!!", exclama "un hombre discreto, ¿dónde está el problema?"

Una infidelidad discreta es menos infidelidad.


No defiendo la infidelidad sexual,  no la he practicado simplemente porque me educaron de una forma muy tradicional y la culpa me perseguiría de forma inexorable todas y cada una de las noches de mi vida cuando mirara a esa persona a la que quiero a la cara. Pero no me parece una aberración que otros lo hagan.

Y sí, como todos, he sido infiel a mi pareja cuando no la he tratado como debería, cuando no la he cuidado como merecía, cuando he priorizado de forma errónea cualquier tontería sobre mimarla.

Miraos al espejo mañana y preguntadle a la imagen que veáis reflejada si le sois fieles a vuestra pareja, no en el tema sexual,  que, en el fondo, no es tan importante, si no en vuestro compromiso de quererla, cuidarla, mimarla y prestarle la atención debida.

Porque esa es la infidelidad que debería ser imperdonable.









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