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miércoles, 17 de abril de 2024

Tasmania. Paolo Giordiano, 2022

Tasmania

 El primer libro que leí de Paolo Giordano fue La soledad de los números primos (2008), la obra que lo lanzó a la fama y una novela redonda. Si alguien no la ha leído aún, recomendación para Sant Jordi / Día del libro. Recuerdo, como hacemos todos cuando una obra nos gusta, seguir con lo que había escrito y me puse con «El cuerpo humano» que me dejó más bien frío.


Con Tasmania me he quedado (y aquí quiero dejar claro que comparar obras que has leído con más de 10 años de diferencia es, como mínimo, injusto) a medio camino entre el entusiasmo del primero y la indiferencia del segundo.

Me ha gustado pero no me ha vuelto loco. El fuerte de Giordano es su forma de perfilar a los protagonistas y su capacidad para ser claro y entretenido con personajes variados y diversas temáticas. El libro lo leí en un viaje de tres días, en esos ratos muertos de avión y hotel.

Posiblemente el núcleo gordiano de la trama sea el pesimismo del que hace gala el protagonista y sobre el que giran los temas que toca en el libro: las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, el terrorismo islámico, las relaciones de pareja, la paternidad, el cambio climático y la (excesiva) corrección política.

El libro me ha gustado y me ha entretenido desde la primera a la última página pero no me ha quedado claro si me he perdido parte del mensaje, o si, a través de situaciones tan lejanas algunas como Hiroshima, tan cercanas como el terrorismo o tan inquietantes como la posibilidad de que nos carguemos el planeta, Giordano simplemente nos quiere transmitir un estado de pesimismo del que no se puede escapar más que con una belle indiference y abrazando la tristeza como compañera. Enlaza bien las historias pero, al tener tantos frentes abiertos, no profundiza en ninguna.

En la misma línea, el final no me ha acabado de convencer aunque viendo las páginas que quedaban y por donde iba la historia, era el que esperaba.

En resumen, si hay que leer un libro de Giordano, que sea La soledad de los números primos. Si lo leísteis y os gustó, Tasmania os entretendrá y pasaréis un buen rato.

Los que seáis de Clubs del libro, no es mala opción Tasmania porque puede daros muchos temas colaterales de debate, ¡hasta para varios días!

¡Os dejo los enlaces por si os los queréis comprar!

Tasmania 



Y, ya que estamos, os dejo los de mis dos libros (¡el tercero al caer!)



domingo, 25 de febrero de 2024

Flowers y el masturdating

Flowers y el masturdating



El otro día se hizo viral (vamos, que triunfó como la Coca cola) la hace ya mucho tiempo atrás niña Disney Miley Cyrus con su canción Flowers por la que recibió un Grammy. Miley es una artista redonda, polihédrica, que se inventa y se reinventa, un poco estilo Madonna: a veces acierta más, otras menos. 




Pero no quiero opinar sobre ella si no sobre la letra de la canción y un nuevo y superguay y modernísimo concepto que oí hace poco, el masturdating, que básicamente se basa en que uno puede hacer cosas por libre, a su bola, con el convencimiento de que no hace falta una pareja para salir de cena o ir de viaje, que uno, como en el autosexo, se conoce muy bien y suele discutir poco consigo mismo. Podríamos recuperar la adolescente frase «la masturbación está bien pero follando conoces gente».  


Si te vas de cena solo no tendrás que discutir o ceder: no acabarás en un japo carísimo cuando te apetece un apetitoso y barato pà amb tomàquet. Si viajas solo no podrás quejarte de que no has salido bien en las fotos porque el artista a ambos lados de la cámara eres tú; o de que te hacen madrugar demasiado (o que se levanta muy tarde y no os da tiempo de nada); o que no llegaste a echar la moneda en La fontana del porcellino porque tu compañera (o compañero, paz) estuvo cuatro horas haciéndose fotos en el Puente Vecchio o sufrió el Síndrome de Stendhal delante del David de Miguel Ángel y se quedó pasmada (o pasmado, paz) observándolo tan detenidamente y con una subyugación tal que te convenciste de que has de ir al gym a ponerte cachas como él si quieres conservar a tu pareja. 



Flowers ataca esta línea de pensamiento del masturdating y tiene, como se dice hoy en día «un mensaje muy poderoso»: correcto, pero ¿es mensaje bueno o mensaje malo? Me reservo para otro día un post sobre la tendencia al empoderamiento femenino «por encima de sus posibilidades» a la hora de buscar pareja, pero creo que va en la misma línea. 


Desde mi divorcio he sido soltero más tiempo del que he tenido pareja y he hecho muchas cosas solo: he cometido mucho masturdating (¡que dirían los curas de mi cole!) sin haberlo sabido. He cenado solo, he viajado solo, he ido a conciertos y museos solos. Y está bien, porque un fin de semana turisteando, una paella en un buen restaurante, o una semana en la playa, es mejor, aunque sea solo, que quedarse en casa viendo Machos alfa en Netlifx o un Madrid-Girona. 


Es genial que no necesites a nadie pero, salvo honrosísimas excepciones, a todos nos mejora la experiencia que alguien (aquí añadir un «a quien queremos» con las múltiples formas de amor y no alguien a quien no aguantamos y no nos divorciamos por los niños) nos haga las fotos, nos de conversación en la comida o nos ayude a completar la visita con detalles del David que no hemos visto. Y, si hay un poco de pelea, tampoco esta de más. 


En Flowers Miley Cyrus afirma orgullosa que ella misma se puede comprar flores, bailar toda la noche sin acompañante, cogerse la mano o hablar durante horas de cosas que él (evidentemente) no entiende. Para mí es un buen mensaje si entendemos la canción como una cuestión de supervivencia, como un acto pasajero en el que nos sentimos cómodos y a gusto con nosotros mismos, como una forma de no seguir con alguien que no nos aporta o no caer en el primer advenedizo que nos diga cuatro tonterías. Pero, quizás, deberíamos seguir entendiendo como sociedad que el «no necesito a ningún hombre» (o mujer, paz) es tan sano como no perder de vista que, a casi todos, nos gusta infinitamente más que nos regalen flores, que nos hagan mimos o que nos escuchen cuando contamos nuestros banales y mundanos problemas que vivir en una interminable sucesión de tan solo aceptables «masturdatings».  

sábado, 17 de febrero de 2024

Que por ti llore el Tigris

Que por ti llore el Tigris


Libro escrito de forma sencilla (frases y capítulos cortos) pero elegante, narra la historia de una chica iraquí que se queda embarazada de su novio antes del matrimonio lo que, en esa cultura, equivale a una sentencia de muerte. 


Opera prima de Emilienne Malfatto (Francia, 1989) periodista que fue reportera de guerra en Irak, lo que le da verosimiltud al relato. Traducción de Palmira Feixas (que nunca lo ponemos y me parece injusto). 



La escritora tiene dos libros más publicados Les serpents viendront pour toi y Le colonel no dort pas que no he encontrado traducidos al castellano.


Es un libro corto (101 páginas, Editorial Minúscula) narrado en primera persona por diversos personajes (la chica, el novio, los hermanos, la madre..) que transcurre de forma lineal desde el inicio hasta el final sin sorpresas. Muy fácil de leer nos transporta sin excesivos dramatismos a otro país con una cultura que, desde nuestro punto de vista, es inimaginable. Seguramente ese es el mejor punto del libro: poner el foco en unas realidades que vistas desde el primer mundo occidental nos parecen de otro planeta, con mujeres sin ningún tipo de derechos. 


EL río Tigris es espectador que narra desde fuera y no hace más que, combinado con la voz de Gilgamesh (héroe mesopotámico) dar entrada a cada capítulo y otorgarle un toque poético que quizás es lo que menos me ha enganchado del libro.  


Es perfecto para un club de lectura (ha sido la del trimestre en el club de nuestro hospital) porque creo que da pie a mucha discusión filosófica: por ejemplo, con respecto a lo que significa un heteropatriarcado de los de verdad o como Mesopotamia, que es la cuna de nuestra civilización, puede haber involucionado así. 


Es posible que el libro esté bien acabado y que diga lo que quería decir pero he echado de menos que los diferentes puntos de vista (desde cada personaje) tuvieran más profundidad. 


Un libro rápido y fácil de leer (en dos horas tirando largo lo finiquitas), sobre un tema siempre de actualidad como es la discriminación de las mujeres y que puede dar pie a confrontar opiniones y formas de entender la vida. 


Os dejo el link por si lo queréis comprar: 

Que por ti llore el Tigris

sábado, 27 de enero de 2024

Ben Affleck y el padre del niño del patinete

 Ben Affleck y el padre del niño del patinete

Empecemos por algo obvio. No conozco a Ben Affleck. Sé de él lo que sale en los medios y he visto unas cuantas películas en las que participa. Pero, desde el desconocimiento y la distancia, me cae bien. Mucho.

Quizás porque en el primer film en el que lo recuerdo, Persiguiendo a Amy, me sentí identificado con el perdedor que interpretaba, un looser con muy pocas luces y unas oportunidades sentimiento-sexuales únicas que desperdiciaba de forma lamentable. Desde ahí lo he ido siguiendo en sus diferentes trabajos (Mallrats, El increíble Will Hunting, Gone girl) y a través de las noticias frívolas de la prensa amarillista y el maravilloso mundo de X (antes Twitter) y el meme. Además, año arriba, año abajo, es de mi quinta. Ya, él los lleva mejor...



Yo compadezco a Ben. Entiendo por lo que está pasando, pobre. Porque sé que su vida es triste, porque sufre, porque su día a día es de un aburrimiento insoportable que lleva con dignidad cristiana y, en algo que me admira, le da absolutamente igual que todo el mundo lo vea. Se ve en su forma de actuar en las películas, cuando recoge un premio o acompañando a su mujer: sin disimular. La icónica escena (riámonos de Audrey Hepburn fumando o Rita Hayworth y su guante) cuando abre la puerta del coche a su esposa (J. Lo) para acto seguido rodear el coche de forma parsimoniosa hasta  al lugar del conductor y pegar un portazo, con esa pinta de parado que tiene que llevar a la pesada de su suegra a cien kilómetros de casa cuando juega el Barça, me fascina. O cuándo va a comprar donuts, se pega una siesta al sol en un embarcadero o se fuma un piti en la puerta del curro. 


Vosotros que no lo entendéis como yo pensaréis aquello de que «pero si está casado con Jennyfer López (J. Lo para los amigos) que está como un queso», u os dejaréis llevar con la bagatela de que cobra millones de dólares por película (patrimonio aproximado de 150 millones de dólares) o, si sois un poco cuñados, haréis la broma simplona de que le hicieron firmar un acuerdo prenupcial que incluía sexo cuatro días a la semana cuando para vosotros el sexo es tan solo un bonito recuerdo de la juventud. 


Pero Ben sufre, lo sé y en un caso claro de sororidad masculina (si eso existe) lo apoyo: estoy con él a muerte. Ben #yositeentiendo. Si lo encontrara por mi barrio (hay muchos guiris, por qué no), le invitaría a una (o tres) cervezas en el pub inglés más cercano y lo acompañaría de la forma más masculina, y me refiero a la masculinidad de antes, posible, bebiendo juntos sin decir mucho o, mejor, sin decir nada. pago yo.





Me acordé de Ben para este post cuando este domingo íbamos a casa de mi madre a tomar el café tras comer toda la familia en un restaurante de la zona. Contexto: zona bien (antes llamada zona alta). Nos cruzamos con una familia con padre y madre impecablemente vestidos y trío de niños de anuncio de ropa de marca cara, Nicoli por ejemplo, en patinete. Éramos muchos de la familia caminando juntos (cuatro) y posiblemente ocupábamos toda la calzada, más allá de lo que las buenas maneras aconsejan. Somos una familia de delincuentes, qué le haremos. 


El pequeño de los tres niños de anuncio que nos quería adelantar nos ordenó de forma claramente impertinente algo así como «Señores, aparten» acercándose peligrosamente con el patinete. Nótese que el niño fue maleducado pero, a la vez, con un cierto regusto de saber estar, de elegir bien las palabras, huyendo del tuteo: se nota el colegio de pago. Un poco como el «con tacones y tejanos, arreglá pero informal».  




El padre, que iba justo detrás del mini-energúmeno, cerrando la procesión familiar, le increpó  con un «Borja Mari, eres un maleducado» (vale, no recuerdo el nombre pero tiro de cliché) y le recriminó repetidamente su actitud arrabalera, dejando claro que estaba absolutamente hasta las narices (diría que hasta las pelotas pero soy un un fino estilista literario) de ese fruto de su amor. El buen padre se disculpó con nosotros cien veces, aunque de alguna manera parecía, de forma extraña, que el hijo no era suyo y que debía había sido educado por unos feriantes búlgaros. 


Y ahí me recordó a mi amigo (imaginario) Ben. Elegante, vestido de domingo, con una bufanda de ciento cincuenta euros, un abrigo de quinientos, con una mujer guapa y estilosa y tres hijos envidiables (el pequeño no tanto pero las dos niñas parecían creadas por IA como mis fotos) pero con ganas de emborracharse, pedir una máquina del tiempo y volver atrás para liarse con la chica que fumaba porros en el colegio y que ahora debe llevar tatuajes hasta en el escote. 


Porque los ricos también lloran, los que viven en pisos de 350 metros cuadrados también se ahogan en su casa y, por mucho que tengan familias de anuncio, también tienen derecho, como Ben, a estar hasta las pelotas de su preciosa mujer ideal que le obliga a tener sexo cuatro días por semana, de sus hijos de anuncio con los que claudican y aceptan que se comporten como los malos en película del far west, y de tener que pensar en que invierten esos miles de euros de más que les han caído en el bono anual de la empresa o esos milloncejos de su última película.