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sábado, 27 de enero de 2024

Ben Affleck y el padre del niño del patinete

 Ben Affleck y el padre del niño del patinete

Empecemos por algo obvio. No conozco a Ben Affleck. Sé de él lo que sale en los medios y he visto unas cuantas películas en las que participa. Pero, desde el desconocimiento y la distancia, me cae bien. Mucho.

Quizás porque en el primer film en el que lo recuerdo, Persiguiendo a Amy, me sentí identificado con el perdedor que interpretaba, un looser con muy pocas luces y unas oportunidades sentimiento-sexuales únicas que desperdiciaba de forma lamentable. Desde ahí lo he ido siguiendo en sus diferentes trabajos (Mallrats, El increíble Will Hunting, Gone girl) y a través de las noticias frívolas de la prensa amarillista y el maravilloso mundo de X (antes Twitter) y el meme. Además, año arriba, año abajo, es de mi quinta. Ya, él los lleva mejor...



Yo compadezco a Ben. Entiendo por lo que está pasando, pobre. Porque sé que su vida es triste, porque sufre, porque su día a día es de un aburrimiento insoportable que lleva con dignidad cristiana y, en algo que me admira, le da absolutamente igual que todo el mundo lo vea. Se ve en su forma de actuar en las películas, cuando recoge un premio o acompañando a su mujer: sin disimular. La icónica escena (riámonos de Audrey Hepburn fumando o Rita Hayworth y su guante) cuando abre la puerta del coche a su esposa (J. Lo) para acto seguido rodear el coche de forma parsimoniosa hasta  al lugar del conductor y pegar un portazo, con esa pinta de parado que tiene que llevar a la pesada de su suegra a cien kilómetros de casa cuando juega el Barça, me fascina. O cuándo va a comprar donuts, se pega una siesta al sol en un embarcadero o se fuma un piti en la puerta del curro. 


Vosotros que no lo entendéis como yo pensaréis aquello de que «pero si está casado con Jennyfer López (J. Lo para los amigos) que está como un queso», u os dejaréis llevar con la bagatela de que cobra millones de dólares por película (patrimonio aproximado de 150 millones de dólares) o, si sois un poco cuñados, haréis la broma simplona de que le hicieron firmar un acuerdo prenupcial que incluía sexo cuatro días a la semana cuando para vosotros el sexo es tan solo un bonito recuerdo de la juventud. 


Pero Ben sufre, lo sé y en un caso claro de sororidad masculina (si eso existe) lo apoyo: estoy con él a muerte. Ben #yositeentiendo. Si lo encontrara por mi barrio (hay muchos guiris, por qué no), le invitaría a una (o tres) cervezas en el pub inglés más cercano y lo acompañaría de la forma más masculina, y me refiero a la masculinidad de antes, posible, bebiendo juntos sin decir mucho o, mejor, sin decir nada. pago yo.





Me acordé de Ben para este post cuando este domingo íbamos a casa de mi madre a tomar el café tras comer toda la familia en un restaurante de la zona. Contexto: zona bien (antes llamada zona alta). Nos cruzamos con una familia con padre y madre impecablemente vestidos y trío de niños de anuncio de ropa de marca cara, Nicoli por ejemplo, en patinete. Éramos muchos de la familia caminando juntos (cuatro) y posiblemente ocupábamos toda la calzada, más allá de lo que las buenas maneras aconsejan. Somos una familia de delincuentes, qué le haremos. 


El pequeño de los tres niños de anuncio que nos quería adelantar nos ordenó de forma claramente impertinente algo así como «Señores, aparten» acercándose peligrosamente con el patinete. Nótese que el niño fue maleducado pero, a la vez, con un cierto regusto de saber estar, de elegir bien las palabras, huyendo del tuteo: se nota el colegio de pago. Un poco como el «con tacones y tejanos, arreglá pero informal».  




El padre, que iba justo detrás del mini-energúmeno, cerrando la procesión familiar, le increpó  con un «Borja Mari, eres un maleducado» (vale, no recuerdo el nombre pero tiro de cliché) y le recriminó repetidamente su actitud arrabalera, dejando claro que estaba absolutamente hasta las narices (diría que hasta las pelotas pero soy un un fino estilista literario) de ese fruto de su amor. El buen padre se disculpó con nosotros cien veces, aunque de alguna manera parecía, de forma extraña, que el hijo no era suyo y que debía había sido educado por unos feriantes búlgaros. 


Y ahí me recordó a mi amigo (imaginario) Ben. Elegante, vestido de domingo, con una bufanda de ciento cincuenta euros, un abrigo de quinientos, con una mujer guapa y estilosa y tres hijos envidiables (el pequeño no tanto pero las dos niñas parecían creadas por IA como mis fotos) pero con ganas de emborracharse, pedir una máquina del tiempo y volver atrás para liarse con la chica que fumaba porros en el colegio y que ahora debe llevar tatuajes hasta en el escote. 


Porque los ricos también lloran, los que viven en pisos de 350 metros cuadrados también se ahogan en su casa y, por mucho que tengan familias de anuncio, también tienen derecho, como Ben, a estar hasta las pelotas de su preciosa mujer ideal que le obliga a tener sexo cuatro días por semana, de sus hijos de anuncio con los que claudican y aceptan que se comporten como los malos en película del far west, y de tener que pensar en que invierten esos miles de euros de más que les han caído en el bono anual de la empresa o esos milloncejos de su última película. 

domingo, 5 de noviembre de 2023

De animales y niños.

De animales y niños

Hace unos días saltó la noticia de que en Catalunya los perros había perpetrado definitivamente el "sorpazzo" y los canes ya superaban en número a los humanos de su edad (niños hasta los 14 años) Los perros son mayoría. Temblad, humanos. 



El tema de los perros, los dueños de los perros y los animalistas por extensión no da para un post, ni para un relato corto ni para un libro: da para una saga que ríete tú de Star Wars o Saw. Como tantas otras evoluciones de la sociedad, nos puede gustar o no, pero el ascenso de los de cuatro patas y el descenso de los de dos es imparable y, con esa frase que se popularizó en la pandemia y que me parece ciertamente siniestra, ha venido para quedarse.

Preámbulo: no tengo nada contra quién, haciendo uso de su libre albedrío y en consonancia con sus gustos personales y, muchas veces, marcados por sus posibilidades económicas, prefieren tener un perro a un hijo. Mis respetos para ellos.  

Más allá  de los excesos que puedan tener algunos dueños de los perros, muchos de los cuales otorgan cualidades ya no humanas si no casi divinas a los canes, me parece que la victoria en número de los perros y la perspectiva de que en unos años lo que es una lucha ajustada pasará a ser una goleada es un fracaso con mayúsculas de la sociedad. 

Empezaremos por desmontar un mito que se oye una y otra vez y que da hasta grima tener que desmentir: los perros NO te dan más satisfacciones que los hijos. Seguro que te dan menos quebraderos de cabeza, te limitan menos la vida y cuestan (mucho) menos dinero: correcto. Pero decir que dan más satisfacciones o asegurar, en una de las frases más utilizadas, aquello de "lo quiero como si fuera mi hijo" es una barbaridad que solo oyes a los que tiene perro pero no se han reproducido. Gracias a Dios. 

En una sociedad en los que, supuestamente, lo queremos todo, el mejor coche, la pareja más guapa, el mejor viaje (y las mejores fotos del viaje), un trabajo excelentemente pagado y que nos realice y el más glamouroso ocio, la realidad es que cada vez jugamos más al empate. Y tener un perro en lugar de un hijo es eso, jugar al empate. Ni muchas satisfacciones (admirar como duerme tu hijo en la cuna es infinitamente superior a ver jugar a tu perro en la playa) ni mucho dolor.

Preparando este post he recordado una canción muy divertida (número 1 en USA en 1963, Jimmy Soul, "If you wanna be happy for the rest of your life") que te dice que para ser feliz lo que tienes que hacer es casarte con una chica fea: te va a exigir menos, te va a dar menos disgustos y nadie te la va a intentar quitar, así que vivirás supertranquilo... Canción divertida, mensaje cenizo. 



Tener perros es lo mismo. Satisfacciones y sufrimientos todo bajo control. 

Volvamos a qué significa para una sociedad tener más perros que niños: un futuro negro. Los perros no trabajan de mayores, no producen y, por supuesto, no se encargan de las facturas. No nos van a pagar las pensiones (siempre podemos responder con la frase de cuñado, "total, igualmente no tendremos cuando seamos mayores"). Seguro que van a contribuir a la sociedad con felicidad, pero eso no paga colegios, hospitales, residencias de ancianos, etc... 

Las políticas de los gobiernos tienen una culpa mayúscula y no ayudan a que se "fabriquen" niños: precariedad laboral con poca seguridad de que no te vas a quedar en unos meses en el paro, aumento estratosférico del precio de la vivienda que retrasa la edad de emancipación hasta casi la pito y menopausia y horarios laborales poco lógicos. Posiblemente aún falten más políticas de conciliación aunque son infinitamente mayores que hace 20 años y nos reproducíamos con mayor alegría. 

Por otro lado la infantilización de la sociedad y esa beatización de los animales, exagerada y ridícula en ocasiones, hace el resto: el sueño ya no es tener una familia, es irse a los rincones más alejados del mundo a tener una experiencia, como si estar en Japón fuera a ser un cambio tan significativo en la vida y tener un perro con el que pasear los fines de semana. O un gato.

Nadie duda de los beneficios de la perroterapia pero, como le está pasando en tantas cosas a la sociedad, el tema se nos está yendo de las manos. Pondré un ejemplo: las residencias de ancianos. Cuando era un mozalbete, segundo del antiguo BUP, o sea unos 16 años, un día a la semana teníamos dos horas dentro del horario escolar para ir a hacer lo que sería trabajo social. Entre las posibilidades una era ir a una residencia a dar un poco de cariño en forma de charla a los abuelos que vivían allí: ¿creéis que los ancianos preferirían un perro a que fuera una persona a darle calor humano? Seguro que no pero, no nos engañemos, es más fácil comprarle un perro al abuelo que convencer a su nieto de que una tarde a la semana se pase a visitarlo... y así todo.  El perro sería un GRAN complemento, pero es un MAL sustituto. 


En resumen, la victoria de los canes, que celebrarán los animalistas, me parece una pésima noticia. Humanos... ¡¡¡¡¡ creced y multiplicaos!!!!


sábado, 21 de octubre de 2023

El graduado, la fiesta y el orgullo.

El graduado, la fiesta y el orgullo

Este viernes pasado se graduó Iván, mi hijo mayor: de un doble grado, claro, que si estudias solamente una carrera ya parece que es poca cosa. La ceremonia estuvo francamente bien, emotiva y con unos delegados de clase que demostraron que con veintipocos se puede hablar excelentemente en público, incluso delante de quinientas personas. Padres felices e hijos satisfechos por acabar, por fin, la carrera (todos sabemos que las carreras se hacen largas al final, casi tanto como añoras, al cabo de poco tiempo, no volver a la "facu"). Todos guapísimos: ellos trajeados y con corbata y ellas como si fueran a una boda, con la belleza exuberante que da la juventud. Y yo, feliz como siempre que ves que tus hijos hacen algo bien. 


Al día siguiente, como buen padre feliz, colgué una foto en las redes en las que se nos ve relucientes y recibí muchas felicitaciones de amigos y conocidos con una frase muy repetida: "estarás orgulloso".

La palabra orgulloso tiene la cualidad de que en una frase como ésta es claramente positiva pero tiene toda la carga negativa si alguien te adjetiva con ella con un "eres un orgulloso". El contexto. Venga que me desvío. 

Es evidente que estoy muy orgulloso de mi hijo (de los dos, pero hoy toca hablar del mayor). Creo que lo he estado siempre (bueno, quizás excepto un par de días lo habría colgado de los pies de lo más alto de la estatua de Colón pero, qué menos, que ha pasado la adolescencia) Además, y me parece importante, creo que estoy orgulloso de forma merecida y proporcionada. 

Como soy un tipo raro y diría que mi hijo se me parece (le he pedido aprobación antes de publicar el post, que su vida privada es suya) me sorprendió un poco tanto comentario sobre lo orgulloso que debo estar. 

Soy poco de fiestas. Que mi hijo iba a sacar la carrera con notazas era una evidencia desde el final del primer año de universidad. Diría que desde que vi su capacidad de estudio (esfuerzo) en bachillerato (la intelectual se vio mucho antes) pero siempre queda un pequeño porcentaje de duda. 

La graduación es (para los dos) simplemente el final del camino, que por esperado sorprende menos: en nuestro caso trae consigo una felicidad serena y poco explosiva. Es como ganar una liga con diez puntos de ventaja: estás más orgulloso del equipo que si la ganas de penalty en el último partido, pero la celebración es menos abrupta. 

Tenemos una foto para demostrar el éxito del estudiante y la satisfacción filial y paterna, para decirle a la sociedad que el niño está haciendo bien las cosas y ya tiene estudios. Posiblemente sea la última foto de este tipo que pueda colgar, porque para ver sus logros a partir de ahora (hablamos de carrera profesional) habrá que ir a Linkedin. 

Pero el orgullo con tus hijos es como el trabajo, una línea continua desde que nacen, en los que hay algunos trozos discontinuos que dibujan cuando no te gusta lo que hacen o algunas curvas si se desvían de lo que, para ti, es el camino correcto. 

Mi hijo ha acabado el camino fácil: hasta ahora todo lo que ha hecho ha venido de forma natural, ha seguido simplemente lo que se espera de un chico desde que empieza en el colegio: que acabe la carrera. 

Peor ahora empieza lo de verdad: ha de coger las riendas y tomar sus propias decisiones. Es cierto que, de forma parcial ya lo ha hecho al elegir carrera o, dentro de la misma, al dedicarse más a una rama que a otra, pero ahora viene la parte del león.  El mundo actual tiene muchas más opciones laborales que el de hace 30 años, muchas más posibilidades para acertar pero también para equivocarse, con la suerte de que todos empezamos a entender que el error no siempre es malo, que muchas veces es la antesala del acierto. 

¿Lo veo preparado?: diría que sí, pero es el momento de empezar a saltar sin red, o con una red más endeble, que tampoco nadie se va a retirar de ayudarlo cuando haga falta. 

Para mí también viene la parte difícil que es aceptar que ya no puedo dar órdenes (con lo que me gusta mandar a mí), que esa etapa ha pasado, que a partir de ahora solo puedes sugerir, que puedes intentar influir de forma sibilina para que tome la dirección que te parece correcta, pero sin más. 

Y, por qué no, vienen momentos difíciles como animarlo a que se vaya un par de años fuera de España a seguir creciendo (laboral y personalmente) sabiendo que lo vas a añorar, aunque en la época de whats y las videollamadas todo es más cercano, viendo venir aquello del nido vacío que nos amenaza de forma especial a los divorciados aunque llevemos toda la vida practicando en las "semanas sin". 

Pero eso vendrá en el futuro, ahora solo había que colgar la foto y celebrar el final (con éxito) de su formación. 



Firmado: un padre orgulloso. 





martes, 22 de marzo de 2022

Feliz día del padre (y de la madre)

    El día del Padre ya ha pasado, lo sé. Así que escribo el post cuando el tema ya no es ni actualidad ni trending topic. Lo hago a toro pasado porque me ha llamado (igual más que en otros años) la atención el intento de apropiación del femenismo (bien o mal entendido, allí ya lo dejo a elección del lector) y del "buenismo" de este día. 

    Como casi siempre empiezo por una nota culta, de esas mías de haberme pasado horas investigando sobre el tema: vamos, que he mirado que dice Wikipedia de la fiesta y poco más. Os hago partícipes de tan agotador proceso. 

    Al parecer la primera que tuvo la idea de semejante fiesta tuvo lugar en Estados Unidos: fue de Sonora Smart Dodd, una niña huérfana de madre a la que crió su padre. Seis hermanos, nada más y nada menos, eran. La niña, en un sermón del Día de la Madre pensó ¿y del Padre? Y así, el 19 de junio de 1910, se celebró el primer Día del Padre en Washington. En España no fue hasta 1948 en que una maestra, Manuela Vicente Ferrero, tuvo la idea de que las niñas de su clase dedicaran un día a dar reconocimiento a sus padres (en ese momento con manualidades y una misa, of course)

    Desde que tengo uso de razón el día del padre era algo sencillo. Empezaba en el cole con un cenicero de barro (debía ser que todos los padres fumaban en aquella época) o un punto de libro. Algo simple que quería decir "te quiero, papá" o similar. Un reconocimiento a que (también) eran importantes. Llegabas a casa, se lo dabas, dos besos y poco más. 

    Cuando he pasado de ser hijo a ser padre, en mi casa la cuestión ha sido la misma. Un detalle y una muestra de cariño. Poca parafernalia, no nos vamos a comer los tres (mis dos hijos y yo) si no toca "semana con" de divorciado. El día del padre es cada día, y espero (y tengo, aunque sea tácito) un reconocimiento a mi labor en el día a día, en el amor que me tienen y en el respeto con el que me tratan. 

    Con las redes sociales todo ha de ser, evidentemente, más aparente y grandilocuente; he visto la foto de muchos padres colgadas en Instagram, a veces de archivo, muchas de ellas color sepia, otras con una comida paellera de ese mismo sábado o domingo. Unas de padres que aún están y otras de padres que se fueron.  

    Hasta ahí todo perfecto. Pero vamos al lío. 

  Para empezar, en una manía de querer mezclarlo todo, una de las primeras felicitaciones que recibí fue, en un grupo de whats, "Feliz día del padre y del padre-madre". Cachis. Ya estamos. Ni un solo día podemos ser protagonistas. Dentro del grupo, dos equipos: los del "bien dicho" y los de "¿es el día del padre-madre y yo sin enterarme y con estos pelos?" 

  ¿Por qué esa manía de intentar invadirlo todo del feminismo (o el nuevo feminismo)? ¿No puede quedar como día del padre y punto? Pues no: como hay padres que no se han hecho cargo de los hijos o como hay padres ausentes, hay que decirles a las madres corajes que ese también es su día. 

    Llamadme malpensado pero me parece, una vez más, que lo que se intenta es asociar el mal al sexo masculino y el bien al femenino. Lo que debía ser un día en el que se glosan las bondades de los buenos padres (que son la inmensa mayoría, como las madres, todos y todas con sus limitaciones) se tiene que teñir con la tara de los malos padres. E insinuar que las madres nos suplantan porque no damos la talla. En fin, Serafín. Pues vale. 

    Y no hablo de Georgina, una chica de quince años que felicita a su madre, que se quedó viuda cuando ella tenía año y medio. Esa felicitación me parece un reconocimiento triste (por el padre que nunca pudo estar) y precioso (como todo lo que se hace desde el amor) a su madre. Hablo de ese tonito de "feliz día del padre a ellas también, que han tenido que hacer el trabajo de los dos porque los hombres no dais para más". Twitter estaba lleno, seguro que menos que en la vida real. Y, al menos a mí, me cansa. 

    Sé que hay una parte del feminismo que cree que, si a mi (y a muchos hombres, y a muchas mujeres) nos fastidia el tema es que lo están haciendo bien. Opino lo contrario, hartar a los que deberían ser tus aliados nunca puede ser positivo. 

    La segunda parte viene por la corriente de lo políticamente correcto y el no hacer nada para no ofender a nadie o, incluso, cambiar tradiciones como esta que, con la tontería, tienen setenta años en España. Como hay niños que no tienen padre, hay que suspender el día para que no estén tristes. Y como también hay niños que no tienen madre, pues también suspender ese día y crear el día de la familia (que suspenderemos en breve, porque hay niños sin familia). 

    Que nadie crea que soy un carca, más bien al contrario, pero normalizar que hayan todo tipo de estructuras familiares va por asumirlas con todo lo que conllevan, no por demonizar las tradicionales. Y si un niño no tiene padre porque su estructura familiar es otra, se le explica y ya está. Y ese día no hace el punto de libro para su padre, se lo hace a su madre (o madres). Sin más. 

    El miedo irracional y absurdo a que un niño tenga un día triste y llore (por su padre muerto, por su padre ausente, por no tener padre) es una tontería como un piano. Intentar aislar a los niños de todo sufrimiento, incluido el momentáneo, es absurdo, y no dejar que vayan conociendo lo que es el mundo. En esta ocasión. como huérfano de padre desde los trece, creo que puedo hablar con un cierto conocimiento de causa, lo que se dice muy de primera mano. 

    Si es el día del padre y eres huérfano es un momento para recordarlo, en su momento lo hice con catorce y ahora con cincuenta y un años, haciendo un ejercicio de imaginación y pensar como sería mi padre con ochenta y dos que tendría ahora, porque, como los muertos no envejecen, en mi memoria se conserva con el aspecto de la edad con la que murió: sigue teniendo cuarenta y cuatro, un chaval. 

    Y, sí, quizás cuando era un adolescente, a los catorce, apenas medio año después de su muerte, el primer día del padre fue un día especialmente duro para mí. Como la primera Navidad, mi primer cumpleaños sin él o las primeras vacaciones de verano. ¿Y? ¿Se tendrían que haber suspendido? ¿Quiere eso decir que el resto de mis compañeros no podían decir a sus padres que los querían y eran especiales para ellos? ¿Quiere eso decir que había que esconder ese día para que yo "no sufriera", como si el resto del año la vida (mi vida) hubiera sido un camino de rosas? 

    A mi madre no la he felicitado nunca el día del padre, que recuerde, y no hay nadie que merezca más felicitaciones: ya tenía (y tiene) su día un mes y medio después. 

    Defendamos el día del padre, el de la madre y creemos, si nos apetece, el día de la familia, porque todo lo que sea un reconocimiento a las personas que te quieren y que luchan (o lucharon cuanto tocó) por sacarte adelante es justo y es positivo. Y dejémonos de tanta tontería y de ese feminismo que solo divide y que pone siempre el acento en la parte negativa de los hombres, porque yo, salvo deshonrosas excepciones, solo conozco padrazos que darían la vida por sus hijos. 

    Así que aprovecho para reivindicar, en este post tardío del día del padre, al mío, que, desgraciadamente, hace tanto tiempo que nos dejó que es un conjunto de recuerdos deslavazados por el tiempo, aderezados de fotos en blanco y negro o color sepia, que uno ya tiene una edad. Estoy seguro de que hubiera disfrutado conmigo el día diecinueve con una comida y el veinte de marzo, un día después de su día, recibiendo como regalo atrasado un  cero a cuatro al Madrid.



Si os ha gustado y os animáis a seguir leyéndome... os dejo el link de mi último libro. 

Lo que sucedió tras la muerte de mi madre

y del primero!!! 

Mi primer amor era una bruja

viernes, 28 de agosto de 2020

El Dalsy, la nueva estrella mediática de la COVID. La vuelta al cole.

El Ministro Illa ha tenido la osadía de decir que enviar a los niños al colegio con sintomatología compatible con la COVID sería una barbaridad. Las redes, esa cosa etérea, se le ha tirado encima diciendo que está de espaldas a la realidad: vamos, que lo han puesto a parir. 

Empecemos con un símil para entender más fácilmente el concepto: hasta hace dos meses los pacientes respiratorios, cuando acudían a urgencias, entraban como los demás. A nadie se le ocurría que debía llevar una mascarilla para evitar contagiar a los otros pacientes ni al profesional sanitario. Si la enfermera de triaje le hubiera dado una mascarilla quirúrgica, no se la hubiera puesto o se hubiera convertido en un detractor al sentirse vejado, como si lo hubiéramos tratado como a un apestado.

A día de hoy, en plena pandemia, no llevar mascarilla en urgencias (más aún un paciente respiratorio) sería una barbaridad. Porque no hablamos de contagiar la gripe o un resfriado común, sino el coronavirus. 

Que no hacerlo antes fuera un error creo que todos los que trabajamos en hospitales lo hemos entendido y que, pasada la pandemia, a todo paciente con fiebre o tos, de entrada, se le dará una mascarilla, una evidencia, a no ser que seamos unos rematados inconscientes. 

Repasemos lo que ha dicho Illa al respecto. 

"No concibo que un padre o una madre lleven a un niño, sabiendo que no está en condiciones, al centro escolar, poniendo en riesgo la salud de su hijo y del resto de alumnos. De todo hay, pero francamente no lo concibo. Si hay que sancionar esto... en fin".

La crítica es la de siempre: que vive en una burbuja, que será que él no lo ha hecho nunca, que, claro, si tienes canguro es más fácil pero los que no tenemos qué.... 

Es posible que  Illa le hay faltado empatía al utilizar el "no lo concibo" pero lo que dice no tiene mucha crítica, 

Es evidente, que despertarte a las ocho de la mañana y ver que tu hijo tiene fiebre y no puede ir al cole, es una de aquellas cosillas que te destrozan el día. Porque has de entrar a las nueve a trabajar, porque igual hace dos semanas ya te pasó algo parecido con tu hijo mayor y el jefe pone muy mala cara, porque hay que empezar a localizar a abuelas (mal negocio en este caso) o canguros para que se hagan cargo del niño... Un follón de narices. 

Pero, aún así, el recurso de darle el Dalsy (o el Apiretal, que nadie se enfade) y enviarlo al cole, no es una actitud válida, aunque se haya hecho "toda la vida" y "no haya pasado nada" y aunque "lo hayamos hecho todos". 

Primero, que se haya hecho mal toda la vida es una muy mala excusa, como lo de no poner las mascarillas a los respiratorios en urgencias, y  segundo, llevar a tu hijo al colegio si crees que tiene (o puede tener) el coronavirus (cualquier cuadro viral) no deja de ser un atentado contra la salud pública, aunque tengamos mil motivos (no hablo de excusas) para hacerlo. 

Y, es evidente, el gobierno y los empresarios van a tener que poner todo de su parte para que los trabajadores no sufran las consecuencias de la combinación "hijos-pandemia" y, en algunos casos, no lo harán. Pero, en lo que respecta a Illa, que es ministro de Sanidad, me parece poco criticable la frase.  

Nadie dice que sea fácil, no lo es, pero el recurso (mal recurso) que hemos utilizado todos en tiempos pre-pandemia, no es válido ahora.  El que crea que nuestra vida este invierno será un paseo por el bosque, se equivoca.

Y sí, si hay que hacer este post para explicarlo, es que una buena parte de la sociedad no ha entendido nada de nada de nada....




lunes, 15 de agosto de 2016

Malas madres: aprended de los hombres.

Hace unos días fui el cine a ver "Malas madres" con mis hijos y mi madre (que es de las buenas). Una comedia bien llevada sin más pero, como casi todo en esta vida, sirve para una reflexión. Aquí os regalo la mía: madres del mundo, aprended de los padres.



Como suele pasar en las comedias la película nos pone en los dos extremos: unas madres que intentan ser ideales contra unos desechos humanos que son los padres (estereotipo habitual en las pelis) que no saben ni cambiar un pañal (Dios, que difícil) 

Una madre extenuada se harta de intentar ser perfecta y tener una vida asquerosa: todo el día llegando tarde, agotada, poco valorada en su trabajo, por su marido, por sus hijos y por el resto de humanidad. Así que pasa a ser una "mala madre", que es lo que viene a ser una madre humana, levantando el pie del acelerador y aceptando que nadie, ni ella ni sus hijos (del marido no hablamos porque es para pegarle un tiro as usual) es un "10" continuo, y se enfrenta al grupo de madres superideales del cole que la marginan precisamente por aceptar su condición terrestre. 

La película tiene un trasfondo que es absolutamente cierto: la dificultad de las madres en ser "perfectas"siguiendo los cánones de nuestras abuelas, aún en vigor, y de ser a la vez mujeres del sigo XXI: grandes trabajadoras, fantásticas esposas y estando buenas hasta los 60 años como mínimo (eso requiere mucho gimnasio y un gran cirujano) 

El título del post es, evidentemente, una provocación. Pero es cierto. Aprended de nosotros los padres. 

A los hombres siempre se nos ha acusado de no saber educar a nuestros hijos por un solo motivo: no lo hacemos como las mujeres. Este mítico vídeo demuestra como somos. 



Vale, igual es una exageración. pero los hombres llevamos años, cientos o miles, relativizando sobre casi todo, y una de las cosas en la que lo hacemos es en como educar a los niños. A veces se nos va la mano y muchos llegan al pasotismo más indecente pero por eso he puesto "buenos padres"

Somos muchos los que dentro de la pareja nos hemos implicado al 50% en la crianza  y cada vez somos más los que pedimos tras el divorcio la custodia compartida (a algunos hasta nos la dan), así que los niños cada vez reciben más de nuestra forma de educar. Hemos mejorado mucho lo que hacían nuestros predecesores: le ponemos cariño, dedicación (creo que es donde más ha cambiado) y, muy importante, nos importa un pito que nos consideren padres perfectos.

Así que este es mi consejo que es el mismo que el de la película: relajaos. Los hombres seremos un puñetero desastre en muchas cosas pero igual sería hora de que empezarais a pensar si no llevamos un poco de razón en como enfocar la crianza, ya que somos expertos mundiales en relativizar, en tomarnos las cosas a cachondeo cuando lo merecen o cuando no tienen demasiada solución.

No estaría mal que, a la hora de educar, tuvierais más en cuenta el punto de vista masculino, más que nada como contrapunto al vuestro. 

Pasad de vuestros hijos un poco: ninguno se va a traumatizar porque lo dejéis llorar en la cuna un rato o porque no duerma con vosotros (siempre que leo artículos sobre el colecho pienso en como se levantan padres y madres por la mañana, si vale la pena ir reventado todo el día por un posible beneficio psicológico que nadie ha demostrado ni demostrará nunca).

Ningún niño ha muerto porque no lo duchen cada día, no os mirará mal si no le hacéis los deberes, que es peor que un suspenso, no hace falta que seáis las que lleváis la tarta más chula al concurso si no os gusta cocinar, no pasa nada si salís a cenar con vuestra pareja o encasquetáis (si, los padres-madres le llamamos así a dejar los hijos con alguien) a vuestros retoños con la abuela y os vais un fin de semana. No pasa nada si vuestro hijo de 3 años os pilla a medio polvo:  seguid teniendo sexo que seguro que no lo recuerda.

Nunca he conocido a nadie traumatizado por cualquiera de las chorradas anteriores. Lo que pasa factura a los niños en el futuro solo obedecen a dos motivos que viene a ser uno: "no se han sentido queridos" con su variante "no hemos estado allí cuando nos necesitaban".

El resto son absolutas memeces.

Así que queredlos como los queremos nosotros: pasando un poco de ellos (lo justo)

PD: hablo desde la ignorancia, como siempre...