En estas últimas dos semanas la palabra "ego" ha salido a mi paso, así, de forma distraída, como quien no quiere la cosa. La primera vez, de forma sutil, se acercó en una reel de Instagram en el que Joan Gaspart —para el que no lo conozca, expresidente del Barça—reivindicaba la parte positiva del ego. Afirmaba que fue su ego el que lo llevó a la presidencia del Barça, lugar donde le hizo naufragar estrepitosamente. Para él, el ego era como la energía nuclear: podía ser excelente o podía llevarte a la destrucción.
Pero esta semana, tras un chiste gráfico que colgué en mis historias de Instagram me dijeron —y no fue mi madre— que tuviera cuidado, que alguien podría acusarme de tener el "ego demasiado grande".
Este es el chiste gráfico. Para quien no lo sepa, Tres Caminos es mi tercer libro.
Lo acompañé con un #truestory por el que también me preguntaron. Soy un caballero y ni por las opiniones más abyectas, aunque sean sobre una de mis creaciones, obligaría a bajar a una damisela (o "damiselo") de mi coche.
Vamos a aclararlo, aunque sea innecesario: si a alguien no le ha gustado mi libro, que más de uno habrá por el mundo, no pasa nada. Es libre de opinar, y me seguirá cayendo igual de bien (o de mal) que antes.
Le dejo a mi amiga, "la del ego", la otra versión, menos creíble. No la publiqué porque Chat GPT y yo no conseguimos entendernos y no le dio la gana de poner el cartel con el texto debajo del chico en la segunda foto.
Este comentario me hizo reflexionar —estoy en mis últimos días de vacaciones y puedo perderme en naderías —sobre lo que dijeron "l´amic Joan" y mi amiga; si tener ego es bueno o malo.
Lo primero es aclarar que hablamos del "ego" coloquial, el de estar por casa, el que no tiene nada que ver con Freud y la filosofía. En ese caso, el ego —aquí viene la parte culta del post— es la parte de nuestra mente que organiza, razona y nos permite funcionar en la realidad, manteniendo un equilibrio entre nuestros deseos instintivos, nuestras normas morales y las condiciones del mundo real. Equilibra el "ello" y el "superyo". Es, por tanto, no solo bueno, sino imprescindible.
Pero la RAE, en su segunda acepción, dice esto "m. coloq. Exceso de autoestima"
O sea, que me están diciendo que el chiste gráfico podría hacer que me acusaran de exceso de autoestima. Gran tema. Peliagudo, pero gran tema.
De la acusación por el chiste del coche (o de la cama), aplicaré la doctrina Dogbert: "nunca expliques un chiste, nunca te excuses".
¿Qué es el exceso de autoestima y por tanto, el ego? Uno de los grandes males de nuestra era. Tan terrible y pernicioso como su antónimo, la falta de autoestima. Muchas personas se autoperciben muy por encima del que realmente tienen. Otros, muy por debajo.
Empecemos dudando, discusión que ya daría para una vida, de cuál es la forma correcta de saber cuál es tu valor correcto. ¿El que te otorgaría un jurado que representara los valores de la sociedad? ¿Qué cualidades puntuarían? ¿Físico? ¿Inteligencia? ¿Simpatía? ¿Empatía? ¿Dinero? ¿Fidelidad?
Así que cada uno, que tiene la percepción que tiene de sí mismo, tiene que danzar sobre la cuerda floja, haciendo auténticos malabares entre la baja autoestima, la falsa modestia, el ego desmesurado y el narcisismo (insulto que cotiza al alza, muchas veces acompañado del "psicópata").
Es complicado saber lo que uno vale en realidad. Unos días nos amamos con locura y otros no nos aguantamos a nosotros mismos. A días pensamos que nos merecemos yate, Ferrari y top model, y a días creemos que un destierro en la isla de Elba sería el premio justo, escondiéndonos de la sociedad cual parias. A días pensamos que con nosotros se ha roto el molde y otros, que por qué no lo rompieron antes.
Si hacemos caso a lo que ponen en las redes sociales, hay un hiperinflación absoluta de muchos egos. La frase "yo merezco mucho más que esto" no va acompañada, en muchas ocasiones, de unas cualidades que lo sustente. Lo hace, simplemente, de la idea de un ego inflamado en los que, en la mente del (de la) protagonista, uno debería tener el anillo de la novia de Cristiano o el coche del jugador. Sin ser ni listo, ni culto, ni guapo, ni simpático, ni divertido, ni rico... Poned también en la frase anterior, kista, culta, guapa... Creo que muchos sabéis a que me refiero y no quiero entrar al trapo para no arder en la hoguera.
¿Actuar, cantar, ser deportista profesional y, por qué no, escribir, requiere de un cierto ego? Posiblemente. Y publicar todo el día en Instagram o TikTok. O explicar chistes. O contar anécdotas en una cena. Creer que lo que hacemos va a interesar a un grupo más o menos amplio de persona se asocia a una cierta autoestima.
Quizás, aunque se parezca pero no es lo mismo, a un cierto egocentrismo. A creer que el mundo, de una manera u otra, pueda girar en torno a ti. Que tú eres relevante.
¿Pero qué seríamos si un leve toque de ego o egocentrismo? Solo creernos un diez por ciento mejores de lo que somos posiblemente nos ayude, de forma paradójica, a mejorar. Lamine sin ego —¿es ego creerse el mejor del mundo cuando posiblemente lo seas?— marcaría la mitad de goles.
Si escribo como los ángeles (es un suponer, tranquila la audiencia, no se subleven) o estoy como un queso (otro suponer) y lo sé.. ¿es eso ego? No. Pero si creo que soy más guapo que Brad Pitt en Who knows Joe Black, o que, injustamente, no me han dado el Premio Nobel de literatura... sí.
Evaluar si alguien tiene un ego más grande que el futuro Camp Nou puede ser entre fácil e imposible y, en muchas ocasiones, depende más de las simpatías que despierte que de una justa evaluación de su autopercepción.
Mi ego y yo nos despedimos de los que hayáis tenido la paciencia de llegar hasta aquí. Y os dejo una foto de cómo sería yo, cargadito de ego. He salido clavado.
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